martes, 23 de noviembre de 2010

Habla a las almas, háblales de la Eucaristía, háblales del rosario


COLOQUIOS
DE LA BEATA ALEJANDRINA
II

Coloquios de fe

 
8 de Octubre de 1954 – Viernes
 
Habla a las almas, háblales de la Eucaristía, háblales del rosario
La voluntad de Dios y el sacrificio.
Quiero hacer en todo la voluntad de Dios, manifestada por quien tiene el derecho de mandarme, pero me cuesta tanto, tanto... es un sacrificio inaudito. Las fuerzas no me lo permiten. Mi alma siente necesidad de abrirse, pero mi pobre naturaleza, aterrorizada intenta sublevarse y no obedecer.
Jesús, todo lo hago por tu amor. Todo el sacrificio es poco y las almas valen mucho más que todo cuanto sufro y pueda sufrir.
¡El amor de Jesús, el amor de Jesús, las almas, las almas! ¡Qué locura, qué locura!
No soy capaz de mostrar mi dolor. Digo mucho y no digo nada. Mi dolor, el dolor que no es mío, el dolor que pasa por mí. Si yo miro para atrás, todos los caminos están copados. Nada llega al Cielo. Parece hasta que no tengo la visión ni el sentimiento de que vivo.
Nació el dolor y la maldad, el dolor no sé para quien fue, la maldad se quedó en mí. Pasé el domingo, día 3, el décimo-sexto aniversario de mi crucifixión. Todo lo volví a vivir, todo lo recordé, todo sentí, pero de tal forma, derramando muchas lágrimas.
Con los ojos puestos en la tierra, esta sería para mí uno de los días más tristes de mi vida. Pero puestos en el Cielo, todas las lágrimas las envié al sagrario, como actos de amor, y toda la visión de tan doloroso martirio, todas las espinas que nacieron se las ofrecí al Cielo.
Las almas, las almas, Oh Jesús, son tuyas. Por tu amor no te quiero negar nada para que las almas se salven.
Mi inutilidad, como siempre, habituada a robarme todo, procedió de la misma manera. Después de tanta angustia y de tan larga visión del sufrimiento, quedé empobrecida, sin nada, a vivir la misma eternidad, eternidad sin Dios, eternidad que no camina, pero es la eternidad que me lleva a cansarme de los trabajos de excavación que me dan sudores del cuerpo y del alma.
En medio de altos castillos y negras murallas, entre grandes tentaciones contra la fe, con la pérdida de Jesús y de la Madrecita, sintiendo como si no existieran, no existe nada sobre la tierra, veo mi tumba y el prado verde y florido que la rodea.
Cuando más digo, más necesidad tengo de decirlo, pero el libro de mi corazón se cierra para ser solamente leído a la luz de la eternidad.
¡Qué ignorancia, Dios mío, qué ignorancia la mía! No dejo de sentir la necesidad infinita de que hubiera alguien que me consuele. No dejo de sentir el dolor infinito con la visión de los crímenes de la humanidad. A pesar de todo, la quiero, la quiero con todo mi corazón.
Tuve ayer un cariñito de Jesús, lo acepté como venido del Cielo, una carta de mi Padrecito espiritual. Él comprende muy bien el estado de mi alma y a todo me da respuestas reconfortantes y llenas de sabiduría. Fue un consuelo para mi alma atribulada de tanto sufrir. Fue un consuelo para mi huerto y para mi calvario.
Sin vivir para él, sin esperar nada de él, caminé con más fortaleza. En medio de mi viaje, más adelante caí en el desfallecimiento. Quería, yo intentaba agarrarme del Cielo, pero no había nada de lo que pudiera asegurarme. Repetí mi "creo" con mucho esfuerzo. Decía a Jesús mi "creo", "espero" y "confío", pero parecía una constante mentira. Mi alma desfallecía. La sangre había chupado todo y sus fibras servían de prisión para muchas cosas, para todos los que de allí se prendían. Sin querer y sin confiar, o mejor, sin sentir esos buenos sentimientos vino Jesús y me llamó:
— Hija mía, ven, ven esposa mía, repite tu "creo", espera y confía. Jesús está contigo, está Dios, está el Señor, está Jesús con su esposa amada. Tu "creo" sin sentimiento es para los que en realidad no creen. Tu muerte es para dar vida, tus tinieblas son para dar luz con la cual muchas almas resucitan a la gracia.
Hija mía, hija mía, el mundo, el mundo, los pecadores, los pecadores no se convierten, no me escucha, no me atienden.
En este momento mis oídos oyeron una tremenda trompeta aterradora, la tierra estaba con convulsiones entre las tinieblas más espantosas.
— Oh Jesús, Oh Jesús, ¿qué es esto, mi Amor?
— Es la trompeta de la voz de Dios, son las convulsiones de su justicia, son las tinieblas del pecado.
Habla a las almas, hija mía, habla a las almas.
Madre mía, mi querida Madre, ven, ven, no te demores, ven a hablar con nuestra hijita.
Veo a la Madrecita, vestía de azul y blanco, traía en sus manos el rosario con una gran cruz dorada al final. Se sentó, me colocó en su regazo, enredó en mis manos el rosario y colocó la cruz sobre mi corazón. Jesús había desaparecido. Ella lo llamó con dulzura:
— Hijo mío, hijo mío, ven, ven aquí junto a nosotras.
Jesús vino y se sentó al lado de la Madrecita y esta continuó:
— Hija mía, ven conmigo, vamos a salvar al mundo, vamos a convertir a los pecadores. Sobre tu corazón coloco esta cruz, para hacerte sentir que es la cruz de la salvación. Dolor y cruz, abraza, abrázala.
En tus manos coloco el rosario, habla de él, habla de él. Si supieras cuanto nos consuela.
Habla a las almas, háblales de la Eucaristía, háblales del rosario. Que ellas se alimenten de la carne, del Cuerpo de Cristo y del alimento de la oración, de mi rosario cotidiano.
— Habla, Hijo mío, habla.
— Madre mía, Madre mía, el mundo no me atiende, no se convierte.
Fue tal el dolor con que Jesús dijo esas palabras que las lágrimas salieron de sus divinos ojos, en los ojos de la Madrecita y en los míos. Yo limpié las lágrimas de Jesús y de la Madrecita y la Madrecita limpió las mías.
— Intentemos, Hijo mío, intentemos con la Eucaristía, con el rosario y con la inmolación de nuestra víctima.
Desapareció la Madrecita. Quedó Jesús y unió su corazón al mío e hizo pasar la gota de su Sangre.
— Recibe, hija mía, tu vida, recibe lentamente la gota de mi Sangre divina.
Valor, toda tu vida ya está escrita en el Cielo. Valor, un poco más de tu misión, en la corta vida que te queda. Vida que jamás quedará marcada otra igual en la historia de la Iglesia. Quédate en tu cruz.
Insiste, hija mía, en la oración y en la penitencia, en una vida pura para Mí.
Acude a las almas, para que ellas al menos no caigan en las penas eternas.
Se fue Jesús y me dejó en la mayor angustia y en la tristeza mortal, a repetirle mi "creo", a hacerle todos mis pedidos y rogarle por el mundo.
 
24 de Diciembre de 1954 – Viernes
 
Tú eres la portavoz, tú llevas al mundo entero los deseos de Jesús y de María, lo que ellos les piden para que se salven
¡Luto con mis tinieblas, con la noche tenebrosa, luto, luto!
Toda mi vida es luchar, ay de mí si el Cielo no me asiste.
Mi vida es una vida de incertidumbres, sin fe, sin confianza y sin amor.
No puedo ver la luz del día, tengo que estar en la oscuridad. Mi cuerpo se asemeja a mi alma, no tiene vida, no tiene luz.
¡Qué soplo soy yo! Un soplo venenoso y matador. Tengo en el alma las garras chupadoras de mi sangre. Para mayor tormento, una serpiente grande se enrolla en un pequeñito trono y entonces, afirmada en la extremidad de su cola, se estira con la lengua y la boca abierta, se estira de un lado para el otro, intenta devorar las garras puestas en las fibras de mi alma. Ellas, aterrorizadas, más se agarran y más tormento me causan. Seas bendito por todo, Señor.
No puedo hablar, tengo que sufrir todo en silencio. No tengo huerto ni calvario. Paseo en el segundo piso superior a la tierra, que me lleva a las nubes negras, donde quedo sumergida.
Repetí muchas veces mi "creo" y decía: Oh Jesús, en la incertidumbre de que existas, quiero amarte, nunca dejar de amarte.
En la certeza de ir para el infierno a condenarme eternamente, no quiero dejar de sufrir y amarte en la tierra, para suplir aquello que en el infierno no pueda hacer, ni sufrir, ni amar. Yo creo, Jesús, ayúdame, Madrecita. Váleme, mi Amor.
Vino Jesús a mi encuentro. Batió palmas alegremente, como para despertarme:
— Hija mía, valor. Alerta. Tú no perdiste a tu Jesús, no perdiste a tu Madrecita. Por el contrario, más y más nos poseíste. Tú no dejas de amarnos. Tu vida es de amor, de consolación, de alegría y reparación para nuestros divinos Corazones. Tu vida es vida de la mayor reparación para la Majestad Divina. Sufre ese indecible martirio. Las almas, los pecadores de quien tú eres la reina así lo exigen. El mundo criminal, sumergido en sus vicios te pertenece, es tuyo: sálvalo.
La fecha, el aniversario qué conmemoras mañana, marca tu vida. No nos perdiste. Ese día de tanto dolor para ti, fue el de mayor consuelo para nosotros.
Yo vendré de prisa, de prisa a buscarte para el Paraíso, pero antes vendrá un éxtasis donde has de cantar los últimos cánticos en la tierra. Dile a tus superiores que estoy a la espera, a la espera de ese día.
Era el Corazón Divino de Jesús, mientras Él me hablaba, estaba a mi lado el Corazón Inmaculado de María, que me cubría de caricias. De los dos tiernísimos Corazones, coronados de espinas, salían rayos luminosos que iban al encuentro de otros rayos, con chispas que parecían nubes que chocan. Por en medio salía el rosario y parecía pasar por el centro de los Corazones.
Mi corazón compartió todo esto.
Madrecita. ¿qué quiere decir el rosario entre vuestros Corazones?
La Madrecita me habló, besándome y cogiendo mi mano:
— Habla del rosario, hija mía. Jesús te lo pide y yo también. Te pedimos el rosario, te pedimos la Eucaristía, amores de nuestros Corazones.
La Eucaristía y el rosario, tus sufrimientos con los de las otras víctimas, son los medios indicados por nosotros para la salvación de la humanidad perdida.
Tú eres la portavoz, tú llevas al mundo entero los deseos de Jesús y de María, lo que ellos piden para salvarse.
El Sagrario, el rosario, el dolor sin igual de la gran víctima de este calvario, vida nueva, vida pura, vida santa.
¡Valor, valor, gran heroína! Pronto te conduzco al Paraíso. En el lugar de las espinas que tenemos en nuestros Corazones, coloca tu dolor, tu sangre, las flores de tus virtudes, tu martirio.
— Oh Madrecita, pasa para mi corazón todas esas espinas, para que yo sufra todo y coloca todo lo que me acabas de decir.
¿Estás triste, Jesús, estás triste, Madrecita, porque yo no tengo fe, porque yo nos os amo, porque me impaciento por tan pequeñas cosas?
Me dice Jesús, mientras la Madrecita me abrazaba, después de haberme dado todas las espinas:
— Hija mía, mi esposa querida, ¿Quién como Yo conoce tu debilidad? Confía... el Cielo te asiste. No vacilarás hasta el punto de ofenderme.
Me quedé sin mis dos amores, los perdí al mismo tiempo.
Creo, Dios mío, creo, Dios mío. Espero en ti.
De repente vino Jesús.
— Valor, hija mía, tu "creo" de tanto dolor alegra al Cielo. Recibe la gota de mi divina Sangre. Vive la vida que le doy a tu alma y a tu cuerpo. Vives de Mí.
¡Valor, valor!
Jesús se fue pero quedé más confortada. Le hice mis pedidos. Le pedí poder encubrir mis gemidos durante la cena, para la tranquilidad de los míos. Así sucedió. Quedé confortada por algunas horas.
¡Oh, qué bueno es Jesús!
 

Coloquios de los primeros sábados

 
7 de Mayo de 1949 – primer sábado
 
Yo sólo basto para llenarte y satisfacerte en tus ansias
Es de tal forma el hambre que siento de pureza y de amor, que me obliga a repetir muchas veces: no me dejes morir con esta hambre que me consume, Jesús mío.
Así hambrienta fue que esta mañana me preparé para recibirlo. Y luego que mi Jesús bajó a mi corazón, me pareció que Él me lo robó y en lugar del corazón me dejó un vacío tan grande que no lo podía soportar, nada había que me llenase. Quedé anhelante. Entonces es que me moría de hambre. El tiempo fue pasando sin que yo poseyera aquello que tanto ansiaba. Oí su voz, la voz de mi Deseado, que me decía:
— Hija mía, eres toda mía, es mío tu corazón, lo fundí en Mí, los dos son uno solo.
Sólo Yo basto para llenarte y satisfacer tus ansias. El vacío que Yo hice en ti es para llenarte de mis riquezas, darte la pureza, la dulzura, el amor que tanto ansías.
Me consoló tanto verte buscarme en esas ansias dolorosas. Te lleno, porque todo esto es la fuerza de tu dolor, todo esto quiero que le des a las almas, estoy loco por ellas.
Soy mal correspondido. Sufro al verlas seguir el camino de la perdición. Sufro al ver mi divina Sangre pisoteada, desperdiciada. Sufro al ver caer sobre la tierra culpable la justicia de mi Padre Eterno.
No puedo ver más tantos crímenes contra Mí. Qué locura mi amor: amo y no soy amado.
El Corazón divino de mi Jesús era una llama de fuego. Oí sus suspiros y veía por su sagrada Faz rodar copiosas lágrimas.
— Oh Jesús mío, Oh mi amor, no llores, seca tus lágrimas y no ceses de amarnos. Tienes mi cuerpo para que sea tu víctima. Es poco, es nada. Vuelve meritorios todos mis sufrimientos en vuestra santa Pasión para poder reparar tantos crímenes.
Las lágrimas cesaron y el fuego de amor de Jesús continuó.
— Eres mi encanto, la loquita de Jesús y la loquita de las almas. Me obligas a perdonar y a olvidar por más tiempo tantas iniquidades.
 Hija mía, dile a tu Padrecito que le tengo reservado el Cielo, junto al trono divino, entre los santos, lugar de honor y de gloria. Haré que él suba en la tierra a la honra de los altares. Es el premio de su confianza, de su perseverancia y fidelidad a mi gracia y todo su sufrimiento que pasó en silencio.
Él consoló mucho mi Corazón divino. Dale mi amor en abundancia, para que se lo dé a las almas y para que desempeñe la misión que le escogí.
Dile a tu médico que estoy con él, y siempre le asisto en sus aflicciones y cuidados. Siempre acudo con mi bendita Madre a todos los que me invocan y confían en nosotros, mucho más vamos en socorro de aquella que cuida mi divina causa y ampara a mi esposa y víctima más amada.
Qué nada tema, Yo no lo dejo vivir sin espinas y lo estrujo de esta forma para unirlo más a Mí y cuidar a sus seres queridos. Cómo es grande para todos mi amor, Yo recompenso a quien bien me sirve.
— Ven, mi bendita Madre, ven junto a nuestra hijita.
Vino la Madrecita de los Dolores, con un manto rojo bordado en oro, con setas en su Corazón, triste, muy triste, me tomó en su regazo, me estrechó junto a Ella, me acarició y me dice:
— Hija mía, te quiero en mis brazos como en el Calvario tuve a mi Jesús. A Él lo tuve muerto por la humanidad, a ti te tengo para consolarte, para que puedas seguir siendo la gran víctima de la misma humanidad.
No niegues tu dolor a Jesús. Son tantos y tan graves los crímenes. El mundo está en inminente peligro. El corazón de tu y mi Jesús ya no puede sufrir más, junto con mi corazón. Sufre por las almas, no consientas que la Sangre de Jesús se pierda.
En ese momento, la querida Madrecita rompe en lágrimas. No quise seguir descansando en sus brazos, me lancé a su cuello y le dije:
— No, no, Madrecita, no quiero que llores. No tengo con que enjugar tus lágrimas, ten a vuestro Jesús. Lancé mis manos a la túnica de Jesús y con eso las enjugué.
Sólo Jesús, querida Madrecita, sólo Él puede suavizar tu llanto, no llores más. Lo amo a Él con tu amor. Te amo a Ti con el amor de Él. Nada os niego, yo quiero ser siempre víctima por vuestros dolores.
La madrecita con aire más sonriente, me cubrió de besos y caricias. Jesús continuó hablándome:
— Hija mía, en ese mes consagrado a mi querida Madre, te pido que le pidas a las almas amantes de nuestros Corazones que redoblen su amor y en su honor hagan cuanto puedan para que sea suavizado su dolor. Ella sufre al verme sufrir. Sufre con nosotros, haz que muchas almas te imiten. Pide a nuestros Corazones cuanto quieras, nada te será negado.
— Oh Jesús, toma en cuenta mis intenciones, acuérdate de quien me acuerdo en estos momentos.
— Tranquila, nada hay que temer, confía en Mí. Ve en paz a tu cruz, vive en ella como en el Tabor. Lleva a todos los que amas, te protege y ampara toda la ternura, todo el amor de Jesús y de María.
— Gracias, Jesús, gracias, Madrecita.
 
5 de Marzo de 1949 – primer sábado
 
Tú eres madre, no de algunos hijos, sino de millones y millones de pecadores, madre de la humanidad
Al final del día de ayer y durante la noche, era tal el desfallecimiento y el dolor que sentía en el corazón que hacia llorar mi alma incesantemente. Todo mi ser estaba traspasado de espinas, saetas y espadas. Sonreía y lloraba al mismo tiempo, sonreía para esconder mi dolor.
Fue así, fue en este estado que Jesús bajo a mi corazón esta mañana. Mi corazón estaba ansioso, sediento de recibirlo. Jesús entró y pronto se transformó, lo iluminó, hizo desaparecer el dolor y lo colocó en el mar inmenso de su divino amor, mi corazón nadaba lleno de suavidad y dulzura.
— Hija mía, el padre ama con dulzura a sus hijos, el esposo tierno y fiel no cesa, emplea todos los medios para suavizar el dolor de los que le pertenecen, de los que ama.
Yo soy ese Padre y ese Esposo, vengo a suavizar tu dolor, a darte mi paz y mi consuelo y deleitarme en este jardín hermoso, en este paraíso encantado que es tu corazón.
La madre que da a luz es siempre sometida a grandes dolores. Tú eres madre, no de algunos hijos, sino de millones y millones de pecadores, madre de la humanidad, no de unas vidas, sino de millones y millones de vidas. Es la razón de tanto dolor, de tanto doloroso martirio.
Dame dolor, dame dolor, hija mía, dame tu cruz. Dile a tu Padrecito que Jesús está en él y siempre habita dentro de él. Dile que, donde quiere que esté, donde quiera que camine, lo sigue mi bendita Madre, cubriéndole con su manto. Y sobre su cabeza, en forma de paloma, reposa el Espíritu Santo, para irradiar e iluminarlo con su luz, para que, sin peligro de equivocarse encamine las almas hasta Mí y desempeñe la ardua misión que le escogí.
Quien siempre me amó con amor puro y desinteresado no puede dejar de amarme. Quien siempre y encima de todo procuró hacer mi divina voluntad, no puede jamás dejar de cumplir. Dale todo mi amor.
Dile a tu médico que sobre su hogar, hogar tan querido y bendecido por Mí, cada noche y cada día cae una lluvia de bendiciones y gracias celestes.
Dile que después de mantenerse firme por mucho tiempo, pero como si estuviese ajeno a mi divina causa, le diga a quien debe decirle, que ya es tiempo de que se cumpla mi divina voluntad, haciendo aquello que le falta hacer a los hombres para honor y gloria mía y triunfo de la grande causa. Mi causa, mi causa, tan querida causa.
Dale el amor de Jesús y de María en la mayor abundancia.
Ven, mi Madre bendita, ven a darle consuelo y a hablarle a vuestra hijita.
Vino la Madrecita, me dejó en sus santísimos brazos, me besó, me acarició y me dice:
— Atiende bien, hija mía, a lo que te va a decir Jesús, es un pedido suyo y mío.
Jesús agregó:
— Hija mía, dile a mi querido Cardenal, a mi tan amado Manuel Cerejeira que, con discreción, le diga a los portugueses que hagan oración, mucha oración, mucha penitencia y gran reparación.
La justicia divina amenaza caer con todo su rigor en toda la humanidad, pero más en Portugal, por los muchos beneficios que ha recibido del Cielo.
Dile que le pida, a quiénes pueden poner término, a tanta deshonestidad, a tanta lujuria, que se haga justicia, que estos males dejan grandes prisioneros, para que, en vez de la justicia divina, caiga sobre Portugal una lluvia de paz, la lluvia del amor de Dios.
Díselo sin recelo, es el Cardenal de la dulzura, es el Cardenal de la gracia, es el Cardenal de la verdad, es el Cardenal escogido por Mí, que te va a escuchar, será mucho, será todo.
Continuó la Madrecita:
— Obedecer, hijita, obedece prontamente. Diles que es Jesús y María que hablan por tus labios, diles que es Jesús y María quienes les mandan toda la ternura, todo el amor de sus divinos Corazones.
Diles que todo este pedido es una oferta que queremos presentar al Padre Eterno, para aplacar su justicia.
Es la reparación que exigen estos Corazones amantes, tan heridos, tan ofendidos, tan tristes por la pérdida de sus hijos.
Ve, hija mía, ve, esposa querida de Jesús, danos tu sufrimiento, danos tu cruz.
Lleva nuestro amor, nuestra protección y cariño para todos los que te rodean, aman y amparan. Lleva nuestro consuelo, danos siempre para sonreír a tu sufrimiento.
Valor, valor, Jesús y María están contigo.
— Gracias, mi Jesús y gracias, querida Madrecita. Consuélame, dame tu gracia y tu fuerza, con ella todo puedo sufrir por tu amor.

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